Las sindemias son la agregación de dos o más enfermedades u otras condiciones de salud en una población, en la que existe algún nivel de interfaz biológica o social perjudicial que exacerba los efectos negativos para la salud de cualquiera o de todas las enfermedades involucradas.
Como coautora de un artículo que, en esencia, ya explora la intersección entre un fenómeno biológico (COVID-19) y determinantes sociales (Échanove et al., 2022), la conexión con el enfoque sindémico resulta natural. La teoría de la sindemia, propuesta por Merrill Singer, postula que los problemas de salud no ocurren de forma aislada, sino que se agrupan y se potencian mutuamente (sinergia) en condiciones sociales, económicas y estructurales adversas, afectando desproporcionadamente a poblaciones vulnerables. Cuando en nuestro artículo exploramos la reticencia vacunal, se entrelazaron hilos sociales: la confianza, la información, el contexto. La noción de sindemia, propuesta por Merrill Singer, simplemente nos invita a admitir que los problemas de salud nunca viajan solos.
La sindemia nos pide ver que las enfermedades no son islas; son ecos en un mismo valle. No ocurren aisladamente, sino que se agrupan, dialogan entre sí y se potencian mutuamente bajo el peso de condiciones sociales adversas. Es una sinergia oscura, donde la suma de las partes resulta mucho más devastadora que el cálculo individual. En contextos de diversidad étnica y pluricultural, este enfoque es la única lente que permite ver la imagen completa. No basta con listar "factores de riesgo" como si fueran ingredientes separados. Este abordaje también desplaza nuestra mirada del individuo al sistema. El contexto social, político y económico deja de ser un telón de fondo, un simple escenario, para convertirse en un protagonista activo, una fuerza gravitacional. En la vida de las comunidades originarias, este "contexto" tiene nombres duros: racismo sistémico, despojo territorial, marginación económica. No son solo "variables sociodemográficas"; son las fuerzas estructurales que activamente producen la vulnerabilidad, el suelo mismo del que brota la mala salud.
Por eso, la forma en que investigamos debe cambiar. Una sindemia, con su complejidad y raíces profundas, exige la inmersión etnográfica. Demanda que abandonemos la comodidad de nuestras preguntas predefinidas y escuchemos la cosmovisión local. ¿Qué significa "salud" para esta comunidad? ¿Qué es el "cuerpo"? ¿Cómo interpretan el "riesgo"? En el estudio de Échanove et al. En 2022, se observó una alta confianza en los médicos. El enfoque sindémico, en un contexto pluricultural, nos susurraría al oído: ¿Cuál médico? ¿El de la bata blanca en la clínica gubernamental, que no habla su lengua y representa a la institución que históricamente les ha fallado? ¿O el promotor de salud que forma parte de su sangre, o el curandero que entiende su mundo? La investigación debe volverse participativa; debe escuchar el latido de la comunidad y dejar que ella misma defina los contornos del problema. Finalmente, la sindemia nos recuerda que el sufrimiento no se distribuye al azar. Se concentra en fallas geológicas específicas, en poblaciones que ya soportan el peso de la opresión. Nos aleja, en fin, de la comodidad de culpar al individuo por sus "creencias" o su "duda", y nos fuerza a mirar, con honestidad, al sistema que entrelaza sus amenazas y produce esa "decisión" como una respuesta adaptativa —aunque biológicamente trágica— a un contexto que lo asedia.
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